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martes, mayo 10, 2016

Arcángeles de un cielo rojo.

D.D. quien podría haber sido mi amigo de no ser por cuestiones de polleras, me regaló hace ya diez años el libro Arcángeles, de Paco Ignacio Taibo II.
Me fascinó entonces, me sigue regocijando hoy.
Además del estilo de escritura, que no es la queja errante del derrotado ni la elaboración esquemática del doctrinario, apasiona por su ecleticismo.
Durruti se cruza con Trostky y Flores Magón. Max Hölz vuelve a intentar la Revolución una y otra vez, la princesa roja Larisa Reisner muere por su propia mano, es decir que muere asesinada, Juan Escudero, al contrario, muere y resucita cada vez y P'eng P'ai reescribe su apócrifa historia.
Historias de derrotas todas ellas, historia de moralidades y principios olvidados, historia de color rojo sin que importen los matices de la bandera de cada uno.
Hacía mucho que no lo releía.
Esta tarde, hojeando una biografía de Diego Abad de Santillán, me quedé pensando en aquella guerra terrible y mágica, tan cruel como los campos donde se libraba, que marcó nuestra primera derrota. En 1939, en España no sólo murieron los últimos españoles libres (por lo que veo, todavía no han renacido) sino que murió el sueño de la Revolución. Y nosotros, los que nos decimos de izquierda, lo matamos. Siempre es un espectáculo decepcionante el de la estupidez humana (si lo sabremos los argentinos que venimos cometiendo una tras otra), pero mucho más el de la crueldad vacía. El enemigo estaba allí, frente a nosotros, y nosotros realizando purgas, fusilándonos mutuamente, los anarquistas denunciando a los del POUM, los socialistas desconfiando de los sindicalistas, los comunistas barriéndolos a todos. No es extraño que Orwell, tan inglés él, comenzara a imaginar ese desvarío llamado 1984. Nosotros digo y no estuve allí, pero ese nosotros (que aterraba a Zamyatin) aflora cuando un libro me lleva  a esos años, pero el nosotros me redime porque también uno está infectado con el virus de la intolerancia (los Profetas de Israel nos lo inocularon... en especial Isaías con ese veneno llamado mesianismo).

Venimos denunciándonos mutuamente desde la Primera Internacional. Lo hicimos en gestas como la Revolución Soviética y en mezquians diputas de barrio como las elecciones de un sindicato cualunque (el de maestros de una perdida provincia sojera, ponele). Venimos marcando las diferencias mientras los que mandan aprovechan sus coincidencias. Y venimos sufiendo una derrota tras otra, pero preferimos buscar traidores a hacernos cargo de nuestra estupidez.

Repaso las páginas de Paco que me cuentan de los vencidos. Y en ellos, unidos por su herejía, recupero el sentido de cualquier izquierda: Nous ne sommes rien, soyons tout !

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