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viernes, diciembre 11, 2015

Pasajeros en tránsito

Finalmente, todo estuvo listo. La ropa cuidadosamente empaquetada y sellada casi al vacío, los productos cosméticos de Sabrina, cargadores y adaptadores, las camperas para el frío de las tierras septentrionales (¿no parece parte de El Señor de los Anillos?), los alfajores Havanna, los infaltables kilos de yerba, el termo, el mate, la cámara...
Una vez más nos poníamos en marcha. Una vez más partiríamos rumbo a otro mundo, diferente y similar al nuestro.
Cierto temor nos acechaba. Cuando hicimos el viaje anterior no teníamos dudas sobre la situación económica, sabíamos las reglas del juego, los recargos por el uso de tarjetas y los plazos de pago. En esta ocasión es diferente; los azares de la voluntad mayoritaria nos imponen un gobierno de dudosa confiabilidad y precedido de una reputación poco favorable a aventuras como la nuestra. En especial para dos trabajadores. La política influye en nuestra vida más allá de nuestra voluntad individual.
Sin embargo, no nos falta audacia y si acometimos locuras mayores, como encarar juntos un proyecto de vida; ¡cómo no atrevernos a cruzar el océano rumbo a Europa!
Y ahora estábamos a punto de partir.

El armado de valijas, por raro azar o resignación, suele dividirse entre Sabrina y quien escribe. A cargo de ella está elegir la ropa, acomodarla, ubicarla de acuerdo a un preciso esquema que varía de vez en vez, encontrar lugares inverosímiles para acomodar objetos de imposible geometría y dudar hasta último momento si conviene o no llevar, digamos, esa remera que tanto le gusta o, en su lugar, la indispensable plancha para el pelo. Por mi parte, la tarea consiste en molestar, refunfuñar, ubicar un objeto totalmente inadecuado en un sitio completamente desperdiciado, refunfuñar de nuevo, insistir en llevar una camisa que uso desde hace treinta años, refunfuñar con mayores decibeles, proponer la conveniencia de agregar un libro indispensable (de 745 páginas), irme dando un portazo, volver y decir "sí, mi amor" en un tono que expresa exactamente lo contrario.
En esta ocasión, sin embargo, siento mencionar que no sólo refunfuñé apenas una vez, sino colaboramos de tal modo (o sea, obedecí de tal modo) que las valijas estuvieron armadas con dieciséis horas de antelación... ¡ya no somos los mismos de antaño!

Felices y acompañados por la totalidad de los cuatro miembros de nuestra familia, nos encaminamos hacia el Aeropuerto Internacional Islas Malvinas de Rosario; ¿por qué el aeropuerto de una ciudad del país tiene el nombre de una región ubicada en el otro extremo del mismo país? es una pregunta que sólo hará quien ignore la encantadora lógica argentina... pero resulta tan extraño como si dijéramos el Aeropuerto Bariloche de Córdoba...

Los viajes aéreos tienen un ritual específico que deben seguir todos los viajeros.

Primero se compra el pasaje, por supuesto, con rutas extravagantes y complejas que tienen que ver con la predilección, impuestos mediante, de ciertas compañías por determinadas ciudades.
En nuestro caso la ruta Rosario Atenas se dibujó según un patrón laberíntico, diría Lönnrot, que partía de la Cuna de la Bandera rumbo a Sao Paulo, de allí a Milán, de Milán a Roma y de Roma a Atenas, como si fuera una clase de cultura clásica. Cuatro aviones, cinco aeropuertos, otros tantos controles de aduana, medio día de ¿descanso?, corridas, una noche en vela y cuatro, o cinco, idiomas. El precio, sin embargo, valía la pena y la perspectiva de pasar por Milán para conocer "il Duomo" nos resultaba tentadora.

Y ahí estábamos, haciendo el "check in" en el Aeropuerto Malvinas que no queda sino en Rosario.

El "check in" es el primero de los rituales del vuelo. Uno pensaría que basta comprar el pasaje, con el número de asiento asignado, llegar media hora antes a la estación aérea, subir al aparato y partir, ni más ni menos que con el tren o el ómnibus... ¡nada de eso! Uno tiene que estar dos horas antes, hacer la cola en un mostrador, presentar el pasaje y esperar a que el empleado verifique los datos y nos permita... despachar la valija. Para abordar hay que hacer otra espera.

Viajamos con el mínimo equipaje... me corrijo, partimos con el mínimo equipaje; una valija grande y una valija pequeña que llevaríamos con nosotros en la cabina. Nadie sabe con cuántas valijas, bolsos, mochilas y ropa una sobre otra volveremos a la patria.

Hicimos, pues, el "check in", tomamos algo con mi hermana, mi suegra y mis hijos, nos despedimos con latina efusividad y entramos por una puerta vedada al no viajero hacia migraciones.

Controlaron nuestros pasaportes, nos inspeccionaron el equipaje de mano, nos hicieron sacar cinturones, zapatos y todo lo que pueda sonar en el detector de metales, nos sellaron los pasaportes, depués de tomarnos una foto, y pasamos a... no al avión, todavía, sino a la sala de espera.

Allí hay un invento demasiado peligroso que las buenas gentes evitan pues conocen sus acechanzas; el Free  Shop. Una tienda repleta de cosas caras y exóticas que se ofrecen a precio menor que en nuestro país (pero mayor que en el de origen) y que despierta exclamaciones incoherentes como "mirá, no lo puedo creer", "en Falabella está el doble", "... justo el que estaba buscando..." y similares.

Mi esposa, me duele decir, cayó en tales redes y yo mismo me entusiasmé con un modelito de la Enterprise que... pero mi sangre piamontesa pudo más y me senté a esperar que nos llamaran para abordar.

En ese momento una voz femenina se oyó por todo el aeropuerto: "Señor Gustavo Bessolo, presentarse en embarque".

Miré a mi alrededor y nadie más había sido llamado. En el mostrador una simpática joven me dijo: "La Policía Aeroportuaria quiere hablar con usted..."


CONTINUARÁ.










2 comentarios:

Unknown dijo...

Y q paso? Nos dejaste con la intriga!!!!

Unknown dijo...

Y q paso? Nos dejaste con la intriga!!!!