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martes, julio 15, 2014

Amor y dolor (algunas reflexiones sobre Palestina e Israel) I.

¿Por dónde empezar?
El hilo se escapa nada más tomarlo entre las manos, la madeja hecha de historia, mitología, dudosos mandatos internacionales y estereoptipos es un enredo.
No se puede decir mucho cuando las vidas están en juego. Algunos dirían que es mejor callar, otros preferirían actuar. Escribo, pues es lo único que sé hacer.

El amor es, quizás, un modo de acercarse a este tema. El amor de quien se crió leyendo la Biblia, de quien a los quince años emprendió el estudio del hebreo y a los veinticinco se dedicó a escribir una, felizmente inconclusa, Historia de Israel Antiguo. El amor de quien siente un inexplicable nudo en el pecho cuando escucha Jerusalén de Oro y a veces
Grafiti pacifista en el muro de seguridad entre Israel y Cisjordania. 

necesita el Dayenú para expresar lo que las palabras no pueden. El amor, en fin, que si dejó de lado al dios de los profetas, sigue viendo en ellos a algunos de los mejores de la Humanidad.

El amor de quien no puede dejar de recurrir a la Historia para entender lo que pasa.

El dolor por lo que ocurre en Gaza es más fuerte porque mata en ambos lados. Mata vidas y mata conciencias.  Destruye a uno y a otro lado mucho más que edificios y caminos. Destruye lo noble que pueden tener dos pueblos que, quieran o no, son hermanos de lengua y de origen.

Me duele que los judíos, con honrosas y maravillosas excepciones, apoyen a un estado que cada día se parece más a las dictaduras que vivimos en el siglo pasado o, más cerca, al estado yihadista que está creando en ISIS en Irak y Siria. No debería ser una novedad, a lo largo de su historia muchos judíos sucumbieron a la adoración de los ídolos, Jeremías (quien hoy sería acusado de antisemita) lo dijo claramente y, por cierto, sufrió el dolor de su propia conciencia desgarrada entre su fidelidad a su patria y su deber de profeta. El ídolo ya no es el altar de Moloc o el Templo, sino el Estado de Israel.


Me dicen que hablo desde la distancia, y es cierto, me dicen que hay que estar en Sderot, por caso, y escuchar las alarmas anticohetes, no lo cuestiono, me dicen que quien mejor conoce es quien vive la realidad, y me permito discrepar. La distancia suele ser un buen correctivo para aquello que llamamos disonancia cognitiva, que no es mas que mirar la realidad desde el propio punto de vista olvidando que hay otras perspectivas. A veinte mil kilómetros, lejos del humo y las bombas, es posible ver un poco mejor.

(continuará)

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