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martes, junio 25, 2013

Costillas y mitos

 (a propósito de La Costilla de Adán, programa de género)



Un error común, agravado por siglos de literalismo y por fundamentalistas de toda laya, es creer que los mitos son mentiras desvergonzadas.
Nada que ver.
Un mito es explicación. En forma de cuentito, en un relato (que es lo que significa mythos), en una historieta que intenta develar verdades que no se pueden decir de otra forma.
El de Adán y su costilla es un mito fundante, así dicen los antropólogos, de nuestra cultura judeo cristiana. Cultura que es más, mucho más, que creencia religiosa y mandamientos varios.
Repasemos la historia.
Adán, barro amasado en el que alienta un no se qué de divino, está solo en el Paraíso. Solo con todo un jardín a su disposición. Solo y aburrido, se presume. Solo y solitario que no es lo mismo… pero es igual.

Dios, que todavía no es el súper ser sino un artesano voluntarioso, se preocupa. Hay algo en Adán que no anda bien, algo que, a falta de mejor sustantivo, podemos llamar nostalgia.

Adán está triste. ¿Qué tendrá Adán?

Adán no tiene compañía. Adán no encuentra un semejante. Adán no se refleja más que en el estanque… y la monotonía cansa, hastía, embola.
Todavía no inventó el si al menos, pero va camino a eso.


Dios, todavía no un airado dictador, procura que su chico, su obrita maestra (era un principiante y qué principiante no cree que lo suyo es lo mejor), su consentido esté feliz.

Como el Pastor que será en días por venir, Dios conduce a los animales a la presencia de Adán. Alguno de ellos, piensa, le servirá de compañía.

Adán sonríe tristemente; ¡este Dios y su ignorancia de lo que quieren los humanos!
- No, Señor, no- dice- ni el perro, ni el gato, ni el caballo o la gaviota son compañías para mí.
- ¿Ninguno?- pregunta el Creador un tanto mosqueado. Sus animales son magníficos, veloces y astutos, fieles y regalones, hermosos y variados. ¿Cómo puede ser que Adán no encuentre en ellos lo que busca?
Y el relator nos aclara el misterio.

Ninguno de ellos, dice, era una ayuda adecuada
¿Ayuda adecuada?
Eso dice el texto. Las palabras hebreas son más explícitas, y confusas también.
Ninguno de ellos, dice en hebreo, era ezer kenegdó
¿Ezer quenequé?


Detengámonos un rato en esta expresión que los traductores vierten como ayuda adecuada, compañía idónea o ser capaz de ayudarlo. Si traducimos con mayor cuidado encontramos que ezer kenegdó significa otra cosa.
Ayuda contra él…
¿Contra él?


A ver. 
Dios dice esa famosa frase: No es bueno que Adán esté solo, le haré una ayuda en su contra…

- No,  si es por eso, - habría dicho Adán- ni te molestés... con una mano yo...

Nada, no dice nada.

Y se jode. O no.

 
Acto seguido Dios duerme al confiado muñequito de barro y, como todos sabemos, le practica cirugía mayor sin autorización de la obra social. 

Le quita una costilla, sutura la herida, y con la costeleta obtenida fabrica esa Ayuda en Contra prometida: la Mujer.

¿Ayuda en contra?

Adán no necesita alguien que lo sirva. No le interesa la fiel compañía de un perro, el interesado ronroneo de un minino, el sometido galopar de un matungo. No, nada de eso es Ayuda contra Él.

Adán no quiere una imagen de espejo. Alguien que piense sus pensamientos. Alguien que comparta su manera de ver las cosas.

Quiere quien le haga la contra. Quien le rompa las pelotas. Quien le diga: ¡Te lo dije!, cada vez que se manda una macana, que lo acaricie con ternura, y reproche, cuando vuelva magullado de jugar a la pelota con un quirquincho bola.

Una ayuda que mire todo desde el otro lado. Una leal oposición (eran otros tiempos, claro). Una antagonista para trenzarse en combates que lo derroten con una lágrima, con un beso o con el apretado nudo de sus piernas.

Dios, por una vez, lo entiende.

Dios, por una vez, comprende la soledad del hombre incompleto.

Dios, por una vez, hace un milagro.

Así, dice el mito, apareció la mujer.

" No de la  cabeza para superarlo, 
ni de sus pies para ser pisoteada.
De la costilla, para ser su igual.
Cerca de su corazón,  para ser amada".

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