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jueves, mayo 22, 2008

Antiensayo sobre ciertos militantes sociales

El militante social, reconocida trayectoria, prestigio en ciertos medios académicos y gran capacidad discursiva, hace sus declaraciones en la prensa.

Habla de desgranamiento escolar, de baja de matrícula, de pibes expulsados del sistema educativo. Ensaya, más bien afirma con cierta suficiencia, diagnósticos y respuestas.


El militante, de origen cristiano, nos dice que la escuela proscribe las diferencias de las chicas y chicos “pobres”, exige de ellos el cumplimiento de ciertas obligaciones que son incapaces de cumplir, los somete a exigencias imposibles y termina por lanzarlos a la calle, provocando que abandonen esa institución, la escuela, incapaz de comprender las diferencias. La imagen es conmovedora; los chicos huyen de las aulas, espacios cerrados, no democráticos, tristes y represivos. “"No pueden soportar la exigencia de la excelencia y se quedan en el camino”, nos dice otro militante de la misma cantera ideológica, “Son los chicos que están en los bordes, en el costado y en realidad son incluidos pero no integrados”, apunta en una frase tan cierta como vacía de contenido.

El militante resume claramente su postura; la escuela no los comprende; son los pobres.

El pobre es una categoría de raigambre cristiana.

Ya en tiempos del Nuevo Testamento se lo menciona y resurge de tiempo en tiempo en el discurso religioso católico.

El pobre es aquel que es centro de la predilección divina, aquel que ha sido despojado, “humillado y ofendido”, y que no tiene otro vindicador que el Señor.

El pobre es aquel que se pone en las manos divinas y espera todo de Él.

El pobre es quien salvaguarda ciertos valores que los otros, los no pobres, han perdido al adquirir riquezas.

El pobre es el elegido.

El pobre es, también, el otro que interpela a la sociedad satisfecha.

Objeto y no sujeto del accionar de las buenas gentes; llámense Damas de la Caridad o Promotores Sociales. El pobre es alguien que padece, alguien incapaz, alguien careciente, diferente y víctima a la vez. Inocente, inimputable, eje de la acción de las conciencias que se remuerden.

En los años formativos de este militante social, años de utopías y esperanzas, el cristianismo elaboró una ideología en la cual la imagen socialista del proletario se convertía en El Pobre. Con derroche de erudición, multiplicando las citas de la Biblia (y ocultando aquellas que revelan lo que decía Don Ata: “que Dios almuerza en la mesa del Patrón”), buscando apoyo en el marxismo europeo, en la antropología y en las corrientes más profundas del pensamiento latinoamericano; los “cristianuchis” (como les decían los militantes agnósticos) construyeron un poderoso mito; la Teología de la Liberación. La aceptación por parte de la izquierda de estos “compañeros de ruta” y la furibunda crítica de la derecha, expresada en fulminantes sentencias de la Santa Sede, contribuyeron a su prestigio. El indudable valor de que hicieron gala sus mejores cuadros, su entereza y su entrega que llegó hasta dar la vida, la aureolaron de una más que merecida estimación que trascendía su endeble estructura.

Durante todo este tiempo no era de buen tono criticar a estas mujeres y hombres, militantes, comprometidos con las causas populares. Durante muchos años vivieron a la sombra de un bien ganado respeto; su solo nombre era, muchas veces, garantía para un subsidio estatal o aval para crear un centro comunitario. Amigos de los pobres, como en aquellos viejos eslóganes de las revoluciones premodernas, comprometidos con el pueblo, heroicos, maravillosos… pero también autoritarios, ilustres y mesiánicos.

En el discurso de estos militantes el pobre es un objeto de piedad, no importa que invoquen a la promoción social, la conciencia de clase o, últimamente, la construcción de ciudadanía, el pobre es un careciente, una persona que debe ser ayudada, pues ha caído, un ser incapaz de valerse por sí mismo. Ellos, identificados con lo que llaman la kénosis de su Mesías quien “se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y … se humilló a sí mismo”, han descendido desde su lugar social para acercarse al pobre, para defenderlo, para protegerlo, para indicarle, también, cuál es el camino que debe seguir “para ser salvo”.

Ellos le enseñan al pobre su pobreza, le muestran su opresión y le instan a terminar con esta situación de injusticia. Lo invitan a formar aburridas comunidades donde leerán la Biblia en clave social, comentarán lo mal que se vive y se irán a su casa sin el incentivo que ofrecen los pentecostales de, al menos, esperar un milagro. Lo saturarán de información, pero desgarrados entre su pertenencia a una Iglesia que los desprecia y una lúcida conciencia social, no serán capaces de instarlos a participar neta y claramente en procesos de cambio. Son Mesías sin un Reino de los Cielos que prometer.

El pobre es, para este militante, alguien que está por debajo de él; nunca lo escogería como amigo y ni siquiera sabe como hablarle, aunque es capaz de dictar cátedra a otros acerca del tema. Vive en el barrio como una opción, imponiendo su presencia ajena y marcando su generosidad. Es heroico, claro, pero vacío.

El pobre es, también, objeto de su misericordia, no hay verdadero amor, no existe legítima igualdad, por el contrario, hay compasión, lástima, vergüenza e ingenuidad. Y con razón se ha dicho que son “los misericordiosos los que cometen las mayores necedades”.

Respecto de la escuela el militante mantiene una posición ambigua

En el fondo la desprecia porque es característico de cierta corriente cristiana el odio a la inteligencia, y esto es más que manifiesto en aquellos que han llegado a ser intelectuales dentro de la Iglesia ligada a los sectores populares. Se sienten culpables y proclaman su desconfianza hacia toda sabiduría como un modo de expiar de esa culpa original; el saber. No en vano el árbol prohibido era el del Conocimiento.

Por otro lado reconoce el valor de la escuela como lugar de reunión social que supera, obligatoriedad mediante, a la capilla del barrio o al centro comunitario. En la escuela encuentra público para su prédica, colaboradores de su cruzada y un ámbito para congregar al redil. No es, tampoco, casual, que la imagen del cristiano sea una mansa oveja.

Así pues la escuela no es el lugar donde se construye conocimiento, porque el pobre, argumenta, no necesita conocimiento sino revelación. El pobre debe recibir ciertas verdades dogmáticas que, dice, son más importantes que cualquier saber instrumental. En la escuela hay que trasmitir valores de solidaridad, cooperación, abnegación y misericordia; la matemática, la lengua, las ciencias son, a lo sumo, molestos complementos de esa tarea fundamental: la liberación del pobre.

La escuela debe parecerse a un patio de juegos sin reglas, a un lugar donde la bondad natural del pobre “sin pecado concebido” aflorará espontáneamente… y si no lo hace allí están los militantes sociales para, sermón mediante, conducirlo a la buena senda.

La escuela debe ser un lugar de reunión para todos los excluidos, a los que debe tratar como lo que son; carecientes, discapacitados, objetos de piedad e irresponsables de sus actos.

La escuela, en fin, debe estar compuesta por docentes a los que no les preocupe la enseñanza de contenidos científicos, que desprecien profundamente el saber y que, esgrimiendo un supuesto discurso crítico, trasmitan la buena nueva a los pobres.

En una mirada superficial la praxis del militante parece progresista.

Habla en el mismo lenguaje de los filósofos críticos, de aquellos que aspiran a transformar el mundo, y semeja tener la misma meta: el Hombre Nuevo.

Denuncia la injusticia.

Promueve la equidad.

Defiende los Derechos Humanos.

Canta versiones cristianas de las viejas consignas de los revolucionarios y hace un lugarcito para Marx y el Che en el altar de la capilla.

Nada más lejos, sin embargo, de un compromiso revolucionario. Él, seguramente, no lo sabe, pero su accionar termina siendo tradicionalista en las formas y reaccionario en los objetivos.

No busca mujeres y hombres libres, sino mujeres y hombres que actúen según su particular visión de lo que debe ser, no pretende fomentar una conciencia crítica (por el contrario, y como buen religioso, no soporta el disenso) sino conciencias moldeadas por una prédica moral, no quiere personas capaces de tomar su destino en sus propias manos, sino adultos siempre dependientes de la palabra del otro, que casualmente es él mismo.

Por supuesto que no son estos sus objetivos declarados, claro que negará enfáticamente que le quepa esta descripción, evidentemente refutará estas conclusiones y, con todo, no hay nada más evidente.

El pobre, nos dice, huye o es expulsado de la escuela. Es que la escuela quiere enseñar y el pobre no necesita otra enseñanza que la de los valores. La escuela exige un rendimiento, pero el pobre no puede rendir porque es un discapacitado, la escuela proclama un método, pero el método es fruto de la inteligencia, y el pobre no posee inteligencia, o posee otra, de orden diferente, que debe ser contemplada con misericordia, la escuela, en fin, pretende el esfuerzo personal, pero el pobre, ya suficientemente castigado, no es capaz de esforzarse porque carece hasta de fuerza.

Es así que el militante se explaya contra la escuela expulsiva y hace uso, y abuso, de los viejos mitos populistas. Es así que el militante, cuando hay un pobre que descuella por su inteligencia, su capacidad, o su esfuerzo, intenta captarlo para su causa, haciendo que abandone el estudio a favor de la militancia, o lo deja de lado pues él, como Cristo, ha sido enviado a rescatar a la oveja perdida… que las demás se arreglen como puedan.

Y lo más terrible de todo esto es que su solicitud con la “oveja” no genera más que resentimiento en ella, a nadie le gusta ser objeto, ni siquiera objeto de la solicitud de otro.

Alguna vez el militante social debería preguntarse qué papel cumple su paternalismo en la violencia cotidiana… sospecho que, como es inteligente, se sorprendería de la respuesta.



Nada más lejos de todo esto que el ideario socialista.

Un ideario que rechaza, por igual, dogmatismos y sermones. Un ideario que habla tanto al corazón, indignado ante la injusticia, como a la inteligencia (Estudien mucho para poder dominar la técnica” decía el Che), un ideario, en fin, democrático, que no proclama la piedad o la compasión, sino la justicia, que no habla de “pobres”, sino de trabajadores, que no necesita dioses, mucho menos salvadores, sino protagonistas.



POST DATA

No ha sido agradable escribir este artículo.

Alguna vez fui parte de aquella gente y aprendí mucho de ellos. Luego dejé de lado dioses y mitos, con los que ahora, tal vez, ajusto cuentas.

Si los que participan de este modo de pensar llegan a leer estas palabras sin duda se indignarán, con su característico autoritarismo (el gen católico romano pesa demasiado) intentarán imponerme sus sanciones, muchos buscarán sus términos favoritos para motejarme y podrán preguntar, con sorna, ¿de dónde viene éste a darnos lecciones?

De antemano digo que tienen razón, no pienso defenderme porque lo sé inútil, un debate tal vez sería interesante pero dudo mucho que quieran tenerlo, su idea de intercambio de ideas es la rendición absoluta del otro; la conversión… y yo no soy bueno haciendo el papel de Galileo.

Que quede claro, sí, que los respeto muchísimo; han hecho mucho bien y la vida ha sido mejor donde ellos han estado. Han sido heroicos y abnegados, comprometidos hasta límites a los que pocos somos capaces de llegar (yo no, desde luego) y han debido sacrificar demasiadas cosas en el camino, quizás por eso son tan intolerantes con los que no queremos hacer nuestra kénosis. No obstante todo mi aprecio, debo decir que en poco han contribuido a la liberación de los “pobres”; no han hecho más que remachar sus cadenas.


domingo, mayo 11, 2008

Todos con Bolivia!


Ante la gravedad de lo que está sucediendo en la hermana república de Bolivia, subo el llamamiento “La Conspiración para dividir Bolivia debe ser denunciada” que fue distribuido en la conferencia de prensa ofrecida por el presidente Evo Morales Ayma el 21 de abril de 2008 en la sede de la Organizacion de Naciones Unidas.

La situación se ha vuelto extremadamente peligrosa como resultado de las acciones subversivas de la oligarquía de Santa Cruz y la injerencia de Estados Unidos, a través de su embajador Philip Goldberg.

Es hora de demostrar nuestra solidaridad con el pueblo de Bolivia. Si estás de acuerdo con el documento que anexamos, pon tu firma y difúndelo.

El sitio para adherirse es Todos con Bolivia,
http://www.todosconbolivia.org

y la dirección de correos
solidaridad@todosconbolivia.org

LA CONSPIRACIÓN PARA DIVIDIR BOLIVIA DEBE SER DENUNCIADA

El proceso de cambios a favor de las mayorías en Bolivia corre el riesgo de ser brutalmente coartado. El ascenso al poder de un presidente indígena, electo con un respaldo sin precedentes en ese país, y sus programas de beneficio popular y de recuperación de los recursos naturales, han tenido que enfrentar desde los primeros momentos las conspiraciones oligárquicas y la injerencia imperial.

En los días más recientes, la escalada conspirativa ha alcanzado sus cotas máximas. Las acciones subversivas y anticonstitucionales con que los grupos oligárquicos pretenden dividir la nación boliviana, reflejan la mentalidad racista y elitista de estos sectores y constituyen un peligrosísimo precedente, no sólo para la integridad de ese país, sino también para la de otros países de nuestra región.

La historia muestra con sobrada elocuencia las terribles consecuencias que en todos los terrenos han tenido para la humanidad los procesos divisionistas y separatistas inducidos y respaldados por poderosos intereses foráneos.

Ante esta situación, los abajo firmantes queremos expresar nuestro respaldo al gobierno del Presidente Evo Morales Ayma, a sus políticas de cambio y al proceso constituyente soberano del pueblo boliviano. Al propio tiempo, rechazamos el llamado Estatuto autonómico de Santa Cruz por su carácter inconstitucional y por atentar contra la unidad de una nación de nuestra América.

Llamamos a todas las personas de buena voluntad a que unan sus voces para denunciar por todas las vías posibles esta maniobra divisionista y desestabilizadora en una hora histórica para la América Latina.


FIRMANTES:

Adolfo Pérez Esquivel (Argentina); Rigoberta Menchú (Guatemala); Noam Chomsky (EEUU); Oscar Niemeyer (Brasil); Eduardo Galeano (Uruguay); Ignacio Ramonet (España/Francia); Elena Poniatowska (México); Frei Betto (Brasil); Gianni Vattimo (Italia); Adolfo Sánchez Vázquéz (España/México); Ernesto Cardenal (Nicaragua); Armand Mattelart (Bélgica); Ramsey Clark (EEUU); Manu Chao (Francia/España); Franz Hinkelammert (Alemania/Costa Rica); Francois Houtart (Bélgica); Alfonso Sastre (España); Paul Leduc (México); Fernando Pino Solanas (Argentina); Roberto Fernández Retamar (Cuba); Howard Zinn (EEUU); Keith Ellis (Canadá); Jorge Enrique Adoum (Ecuador); Belén Gopegui (España); Jesusa Rodríguez (México); Stella Calloni (Argentina); Joao Pedro Stedile (Brasil); Eric Toussaint (Bélgica); Rafael Cancel Miranda (Puerto Rico); Richard Gott (Reino Unido); Miguel D´Escoto (Nicaragua); Silvio Rodríguez (Cuba) siguen firmas....

sábado, mayo 03, 2008

The land of the free


Lo diré de una sola vez y sin tomar aire: siento simpatía por los Estados Unidos de América.

Es cierto, considero imperialista y miope (sin contradicción) a su política exterior.
Es verdad, su democracia cojea de ambas piernas y cada vez se parece menos a un gobierno de hombres y mujeres libres.
No lo niego, la economía que promueven es diametralmente opuesta a la que defiendo.
Por último, la perspicacia del "americano promedio" (y que existe, aunque no lo parezca), es deficiente, sus conocimientos generales más que mediocres y su percepción del mundo increíblemente solipsista.

Aún así me caen simpáticos estos brave boys que viven al norte del Río Grande.

Peligrosos, sin duda.

Amenazadores, pero conmovedoramente ingenuos las más de las veces.

Una nación violenta y pendenciera, que cree a pie juntillas que representa la culminación de la civilización mundial, idealista y, a su modo, solidaria. Aún cuando el resto del mundo (¿qué es eso?, diría un americano del norte) tengamos buenos motivos para asustarnos de su especial sentido del deber para con la Humanidad.

Es cierto, como apunta Castoriadis, que el liberalismo y la democracia no han marchado juntos más que por necesidad, pero este matrimonio de conveniencias no tuvo mejor ejemplo de armonía que en los primeros años de la existencia de esta república de origen inconformista.

Hace dos siglos, en el momento de su nacimiento, la Unión era la única república de este continente y una de las pocas en el mundo. Era, también, la nación políticamente más avanzada de su tiempo (aún faltaba poco más de una década para la Revolución Francesa) y un experimento, como diría ochenta años después Abraham Lincoln, basado enteramente en los principios de la Ilustración.


Esos principios, remozados, cuestionados, reformulados muchas veces, y también, es cierto, negados en pro de principios supuestamente trans racionales (que en la práctica terminan siendo irracionales) siguen siendo una buena guía para el mundo actual. Un recordatorio de que no es negando absolutamente el pasado que construiremos un mejor futuro.

  • El ser humano merece nuestra confianza.
    No porque sea bueno por naturaleza, sino porque en sí encierra todas las potencialidades para transformar el mundo. El estado americano se funda en esta confianza, en la creencia de que es el Humano quien protagoniza su propia Historia, no viene dada de lo Alto como don divino.
  • Esta confianza genera optimismo.
    Como dice el Coro de la Antígona de Sófocles, "nada hay más maravilloso que la Humanidad". Todo, pues, es posible a la industria humana. Principio peligroso, en cuanto relega a un lugar de pasividad al mundo natural, pero criterio fundamental para liberarse de la sujeción al tiempo cíclico de la Naturaleza, para hacer Historia, para crear Cultura.
Desde la doble perspectiva de la confianza y el optimismo aparece el elemento puramente político de los principios ilustrados de la Revolución Americana:
  • Toda comunidad humana tiene derecho a su autogobierno.
    Nadie debe estar sujeto a un otro externo, sino más bien a su propia voluntad autónoma expresada en leyes comúnmente consensuadas. Esto está expresado maravillosamente en la constitución del más yanqui de los estados yanquis, Connecticut, que dice: "todo poder político es inherente al pueblo, y todo gobierno libre debe estar basado en la autoridad del pueblo e instituido para su beneficio, por lo cual el pueblo tiene en todo momento el derecho innegable e inalienable de alterar su forma de gobierno del modo que le parezca más conveniente" ( All political power is inherent in the people, and all free governments are founded on their authority, and instituted for their benefit; and they have at all times an undeniable and indefeasible right to alter their form of government in such manner as they may think expedient. Constitution of Connecticut, 2000 First Article, 2nd section)

Estos ideales, que coexistieron con los del liberalismo, que se unieron de tal manera que para muchos no avisados resultan indistinguibles, son los propios de cualquier estado democrático (democracia es un modo de gobierno, liberalismo una teoría de las relaciones humanas, apunta Margolis) y resultan tan vigentes hoy como cuando los formularon los Padres Fundadores de 1780.

Estos ideales, pues, no colisionan con un ideario socialista; antes bien lo apuntalan en un sentido liberador. Es cierto que pueden ser leídos de una manera elitista y conservadora, o de un modo burgués y liberal, pero también son susceptibles de ser expresiones de aspiraciones populares (estaba por escribir proletarias) y democráticas. Más democráticas, de hecho, que sus interpretaciones conservadora y liberal.

Pues bien, los Estados Unidos llegaron a constituir la primera sociedad humana basada en esos tres principios (y algunos otros, claro está, en no siempre feliz convivencia), sociedad que alcanzó el éxito en los momentos posteriores a la Guerra Civil y que se vio envuelta en la lucha por su vigencia durante el siglo y medio largo que siguió.

Hoy, pese a los ataques de los fundamentalistas (que prefieren hablar de republic antes que democracy), a las embestidas de los teóricos del liberalismo (muy poco neos a decir verdad), a las presiones del complejo militar industrial (presente en cada aspecto de la sociedad americana) y al descrédito de los "profesionales de la política" estos principios siguen siendo lo mejor de la herencia norteamericana.

Son estos principios los que le dieron grandeza a la historia de los Estados Unidos, principios que están detrás de sus mentirosos discursos, principios que aún movilizan a sus ciudadanos...

Principios, en fin, que cuando (como todos los Imperios) U.S.A. caiga, constituirán, junto al rock and roll y al cine de entretenimiento, uno de los motivos por los cuales serán recordados.

Es por eso que siento simpatía por ellos, con la consciente paradoja de considerarlos enemigos, pues los veo desde una perspectiva histórica y se que algún día se dirá:

Roma nos dejó el Derecho,
los Estados Unidos, la primera forma moderna de gobierno libre.

Y aunque ambas fallaron muchas veces,
aunque al final traicionaron sus ideales,
no por eso éstos dejaron de ser igualmente gloriosos.