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lunes, febrero 04, 2008

Gracias a Dios soy ateo. Un camino personal


Nunca temí demasiado a Dios.

El Dios que me enseñaron era un compañero entrañable del ser humano, un amigo que se paseaba de mi mano, un maestro o un guía, nunca un tirano.

El Dios-Abba de las viñetas de Cortés. Así gustaba de creer que era.


Quizás por eso no abrigo odio contra él. Quizás por eso no me complace especialmente su "muerte".

Llegué a ser ateo por coherencia.

Era un cristiano que tomaba en serio a los dogmas de su fe, que los conocía y que se sentía identificado con ellos.

Es cierto que algunos resultaban arbitrarios o incluso contradictorios respecto de los fundamentos, pero siempre había una manera de explicarlos; bien como balbucientes expresiones humanas del Misterio, bien como desarrollos lógicos de una postura filosófica determinada.

Era, también, un partidario de la Teología de la Liberación; hija legítima de la Teología de la Esperanza europea y del análisis sociológico latinoamericano. En ella encontraba el fundamento de mi práctica social y la razón de mi esperanza. En ella descubría a Dios como quien se revela en la Historia. En ella me reencontraba como parte de un pueblo en marcha, desde Abraham hasta hoy…


Leonardo Boff, sus libros, especialmente Jesucristo Liberador, marcaron un camino que seguí por más de dos décadas.

Ernesto Cardenal, poeta y profeta de la Liberación

Fue entonces cuando encontré al marxismo y cuando descubrí la dialéctica.

Me fascinó su capacidad heurística, era una herramienta maravillosa que podía ser usada siempre con provecho.

Al no provenir del ambiente marxista, yo era bastante inmune a los devaneos teóricos o a las construcciones dogmáticas, por el contrario, me tomaba en serio a la dialéctica, intentando hacer de ella una práctica constante a la hora de pensar la realidad.

Uno de los hallazgos más fecundos de aquella época, mis treinta recién cumplidos, fue comprender que la injusticia y la opresión eran parte de una estructura.

Había, sin duda, buenos y malos tipos; pero lo determinante en última instancia era su posición social. No se trataba, pues, de la esquemática historia del bien contra el mal, sino de estructuras, sistemas e ideologías más liberadoras contra estructuras, sistemas e ideologías que tendían a la opresión; lucha dialéctica, lucha de ángeles y potestades como diría un pensador mitológico.

Esto ilustraba perfectamente aquella vieja consigna de odiar al pecado y amar al pecador. Ello me permitía ver que la liberación era tanto para el oprimido como para el opresor (¡claro que no del mismo modo!). Ello, en fin, acortaba las brechas entre el pensamiento cristiano y la filosofía marxista.

Por aquellos tiempos, incluso acaricié la idea de una síntesis. Así como Agustín expuso el cristianismo en el marco de la doctrina neoplatónica, del mismo modo que Tomás de Aquino ilustró su fe con las categorías aristotélicas, me proponía elaborar un esbozo de teología desde las categorías del marxismo.

El loco intento hasta tenía título, tomado de un graffiti anónimo; "Cristo es el camino y Marx es el atajo".


Quino..., sobran las palabras.

La cosa, por suerte, quedó sólo en la elaboración de siete tesis que duermen su sueño en algún viejo cuaderno…

Pocos años después descubrí que el mayor obstáculo a esta síntesis era la traición. La Teología de la Liberación y la lucha política estaban muy bien, eran sugerentes y plausibles, pero ¿eran fieles a los textos sagrados? ¿respetaban la tradición de la fe que decían actualizar?

La misma pregunta, eran los noventa, recuérdese, hacían los detractores de esta corriente y la respondían negativamente.

Volví a los textos.

Volví a los dogmas.

Volví a la Historia.

Estaba bien decir que Jesús era el liberador. Era correcto afirmar que su mensaje era un desafío a la estructura social de la época. Era, incluso, defendible que Dios fuese un aliado del pueblo en su lucha por un "reino" de justicia e igualdad.

En teoría.

Sin embargo, ¿era realmente así?

¿Podía uno quedarse con el Jesús que echaba a los mercaderes del Templo y omitir al que decía: "al que te obligue a caminar una milla acompáñale dos"?


¿Éste Jesús, campesino y rebelde?
¿o éste que cuenta con el apoyo de Washington?

¿O con el Dios que impulsaba el Éxodo pero luego entronizaba a David rechazando a Saúl por mero capricho?




Un Dios que es amigo del Poder... aún del Poder más brutal.


Por supuesto, se podía argumentar que los géneros literarios, que el misterio de la presencia – ausencia divina, que la interacción de Dios con la sociedad explicaban estas ambigüedades. De hecho, era lo que yo hacía pero algo no me terminaba de cerrar. Una piedrita me molestaba en el zapato.

Ya se sabe, cuando esto sucede, lo mejor (lo único) que se puede hacer es sacarse el zapato y remover la piedra. Uno cree, siente, que es un guijarro enorme pero resulta, a veces, que se trata de un minúsculo grano de arena.

El grano era muy pequeño. La premisa era simple, pero errónea: Dios, el dios de Jesús al menos, no era un liberador. Jesús, revolucionario y todo tenía sus límites y sus fallas... no todo cuanto decía era aceptable.


Durante algún tiempo no supe qué hacer con ello. En ocasiones pensé, seriamente, en retornar (para todo cristiano auténtico no es sino eso) al judaísmo en cuya tradición profética encontraba más eco el llamado a la liberación.


El protestantismo, empero, con su sistemático desprecio por la Historia me resultaba aún más opresivo que el catolicismo.



Lutero, pionero del librepensamiento... hasta que chocaba con sus intereses de clase.


El Islam era, a mi juicio, aún menos liberador y no podía aceptar las incongruencias del Sagrado Corán.

El Islam y su pretensión de ser la restauración de la auténtica revelación, pero...

Budismo, Hinduísmo, Wicca y demás estaban fuera de la cuestión.

Sin embargo, ser judío (más allá de los obstáculos que los rabinos imponen a la conversión) implicaba adherir a la idea de un dios y ésta, poco a poco, iba manifestándose como contraria a cualquier tipo de libertad. Sin saberlo, actualizaba el silogismo de Bakunin: "si Dios existe, el hombre (humano) no es libre, pero el hombre puede y debe ser libre, por lo tanto ¡Dios no existe!"

Tal afirmación valió por una revelación para mí. Estaba viviendo un momento particularmente pleno de mi existencia, si no en lo económico, sí en lo afectivo y lo intelectual. No sentía angustia por el futuro, ni incertidumbre acerca del presente. Sin dudas, eran días difíciles pero mi fe en el ser humano, sobre todo en el ser humano trabajador, estaba intacta.

Supe entonces que, como Laplace, podía prescindir de la hipótesis Dios. Había sido una útil ficción para elaborar, en tiempos pretéritos, una justificación de las luchas populares. Ficción ambigua, es cierto, pero ya innecesaria.

¿A qué buscar en la Biblia, preguntaba entonces, la razón de nuestra revolución? ¿Para qué justificar, con textos a veces rebeldes, la opción por la justicia social?

No hacía falta más esa muleta, a medias astillada, llamada Dios…por el contrario era incluso una rémora para avanzar en la liberación.

Me dije, entonces, que mi opción por el socialismo era independiente de lo que Dios "opinase". Si sus palabras o sus "actos" acordaban con los míos, mejor, si no coincidía con mis ideales, pues era una cuestión suya, no iba a modificar mi conducta por ello.

Si quería ser coherente era mi obligación dejar de lado toda pertenencia religiosa. Uno no puede ser parte de una institución negando sus fundamentos o escogiendo cual de ellos aceptar. Así fue como me separé de la entrañable, querida y tan represiva como una madre judía, Iglesia Católica. Guardo un buen recuerdo de ella, pero me cuido muy mucho de volver a su demasiado cálido seno.

Del mismo modo, si hay un Dios que dice tal o cual cosa y uno discrepa con ese Dios, lo mejor que puede hacer es dejarlo de lado, exista o no, para seguir su propio camino. Como dice Silvio: allá Dios que será divino, yo me muero como viví.

Me fui, así, de la Iglesia y de ese Dios con el cual creía hablar sin odio y sin resentimiento. Nunca me habían tratado demasiado mal (tampoco demasiado bien y sólo más tarde descubrí cuanto daño habían hecho a mi conciencia tan preocupada por la coherencia) y puedo decir que guardaba los mejores recuerdos de ambos.


Escribe Robert Graves que el catolicismo es un sistema de pensamiento perfectamente lógico una vez que uno acepta ciertas premisas (axiomas) básicos. Del mismo modo el fundador de la Legión de María dijo que no se podía romper un solo eslabón de la cadena doctrinaria sin negarla por entero. Ambos, el maestro británico y el terco irlandés, tenían razón.

El primer paso estaba dado. El segundo era inevitable.



Pero de eso hablaremos otro día...

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