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miércoles, agosto 23, 2006

Algo así como una parábola sobre Palestina

La Casa

No estaba vacía cuando llegué por primera vez, pero fui yo quien diseñó sus planos, levantó sus paredes y colocó las puertas, las ventanas y hasta los mejores muebles.
Cuando me fui dejé atrás algunos parientes, claro, pero es que la mía no fue una partida del todo voluntaria; algunos bandidos metidos a guardianes de la ley fueron los que me echaron, pero también es cierto que ansiaba ver nuevos paisajes y me consumía la impaciencia por salir de aquel estrecho vecindario donde había transcurrido mi infancia y juventud.
Maduré y crecí en los caminos. Aprendí, gocé, amé y hasta lloré muchas noches lejos de casa.
Algunos parientes me escribían, pero no siempre les contestaba, para mí eran extraños y ya no sé si en esos años quería o no regresar a la casa.
Una casa, supe por entonces, muy cambiada; habían llegado primos que nunca conocí, mis hermanos se casaron con mujeres poco apropiadas (de esas que se adueñan de las cosas ajenas, ya saben) y vinieron parientes demasiado lejanos para mi gusto. No me importaba demasiado, estaba bastante bien fuera de casa, pese a los problemas, pese a las asechanzas de los envidiosos, pese a uno que se decía hijo de mi padre y pretendía arrebatarme la herencia.
¿Regresar?, era sólo un dulce sueño para los momentos de desaliento.
Una noche, empero, fui golpeado más brutalmente que de costumbre, fui perseguido y expulsado de los lugares que habitaba y que, ingenuamente, llamaba mi hogar. Viejos agravios salieron a relucir y fui privado de todos los derechos que había creído tener.
Por muy poco escapé de la muerte.
Supe, así, que siempre sería un extranjero dondequiera que morase.
Mi casa me atraía con una nostalgia imposible de vencer.¡ Oh qué feliz era yo en mi casa!, bajo mi parra, bajo mi higuera...
Decidí entonces retornar.
Mi casa estaba ocupada. La habitaban personas levemente parecidas a mí mismo pero, a la vez, tan distintas que no pude menos que poner en duda el parentesco que, sabía, tenía con ellas.
Ocupé la casa nuevamente.
Ellos se rehusaban a aceptar mi presencia, negaban que yo fuese el dueño de aquel solar y de alguna de sus más vetustas construcciones.
Les dije que se fueran y resistí, victorioso, sus intentos de desalojo.
Me odian y los odio.
Ellos no saben lo que he sufrido desde que me fui, obligado, de mi casa. Por mi parte pretendo ignorar todo lo que mis parientes han construido durante el largo tiempo en que estuve fuera; sólo tiene valor lo que yo edifiqué en mi juventud y lo que haré en adelante: planeo hacer de esta casa un hermoso lugar donde vivir.
Si tan sólo ellos aceptasen mi propiedad del inmueble, si me reconociesen como dueño, yo sería lo suficientemente generoso para dejarles un par de habitaciones para su uso personal, aunque debería vigilar que no hiciesen ningún desmán en ellos, por supuesto. Si persisten en desalojarme, claro, seré yo quien los expulsará de la casa y hasta del vecindario. Tengo amigos poderosos y no estoy dispuesto a ser vejado o insultado nuevamente.
Oigo ruidos en el techo, cargaré mi pistola y subiré, esta vez no tendré contemplaciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fantástico Gus
Me encanta tu blog
Espero poder poner muchos comentarios
Un beso
Vivi