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lunes, mayo 01, 2006

La luz de los bárbaros.



Año 378 después de Cristo; el mundo del Mediterráneo se conmueve, en las llanuras de Adrinópolis las tropas romanas han sido derrotadas!
Hacía más de cuatro siglos que dominaban esa pequeña porción del planeta, que para ellos era casi todo el universo, y nunca habían conocido una caída más humillante.
Antes, en verdad, Aníbal, el cartaginés, el emperador Sapor de Partia y hasta la reina árabe Zenobia habían agitado los sueños de los ciudadanos del vasto Imperio. Incluso por dos veces los rebeldes judíos se alzaron en armas para imponer el Reino de Dios, y en alguna otra ocasión los galos se atrevieron a cuestionar el dominio de Roma sobre sus llanuras.
Pero esta vez era diferente.
Los germanos, esos bárbaros por antonomasia, aquellos que no acataban el Derecho de los vencedores, que nunca podían ser dominados del todo, que mantenían, tozudos, su lengua sin aceptar el latín o el griego de los “civilizados”, que miraban a la vez con odio y con envidia las tierras imperiales, esos que eran reclutados para los ejércitos, nutriendo con su sangre guerras ajenas, que peleaban en el circo para diversión de las pervertidas masas de la Gran Ciudad, que hacían los trabajos que ningún romano quería hacer, esclavos muchas veces, libertos otras, despreciados siempre... esos mismos eran los que habían vencido a las legiones invencibles del César.
Y ahora el camino les estaba abierto, no se proponían destruir el Imperio, sino dominarlo. Admiraban la técnica romana, sus logros, su cultura, su lengua incluso, querían ser romanos en lo mejor que Roma tenía para dar.
En Adrinópolis el mundo antiguo terminó.
Oh sí, claro que hubo emperadores durante un par de siglos más, antes de quedar limitados a defender su reducto de Constantinopla, y por supuesto también quedó la Iglesia para mantener mucho de la cultura de la Antigüedad, lo bueno, lo que valía la pena salvarse... pero el Imperio cayó aquel día.
Los bárbaros ocuparon la administración, el ejército, los gobiernos de las provincias, el propio palacio imperial y, si bien no se atrevieron a nombrarse a sí mismos emperadores, no titubearon en deponerlos cuando lo creyeron conveniente...
Por fin, en el año 476 después de Cristo, no había pasado aún un siglo, Odoacro, un jefe bárbaro, depone a Rómulo, el último emperador de Occidente, empaqueta las insignias de su mando y las envía a Constantinopla, con un escueto mensaje: “con un solo emperador basta”; él, por su parte, queda dueño del poder en Italia (será asesinado poco después por otro rey germano, mucho más sagaz; el ostrogodo Teodorico) mientras Occidente se desmembra, o renace vaya uno a saber, en numerosas naciones que combinan lo mejor de ambos mundos.

Año 2006. Los hispanos (así se refiere el imperio a todos los americanos que no son “americanos") en los Estados Unidos “celebran” una fecha que el poder impone olvidar; el primero de mayo. Reclaman sus derechos, son, dicen estadounidenses y en prueba de ello se atreven a traducir a su lengua, infinitamente más rica y sonora que la anglosajona, el poema que Francis Scott Key compusiera en homenaje a la bandera de las barras y las estrellas de la que, ahora, también se apropian.
Los romanos ponen el grito en el cielo; ¡los bárbaros se atreven a traducir el himno!, ¡los bárbaros no quieren ser mano de obra barata y descartable!, ¡los bárbaros avanzan y avanzan y ya están sobre las murallas de Roma!

No viviré dentro de cien años... ¡pero cómo me gustaría conocer al Odoacro o al Teodorico del siglo XXII!

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